
Ciudad grande, liada grande. No hay manera y no por falta de competencia. Las rutas están estudiadas de casa pero in situ la cosa cambia. Y bastante. Esta circunstancia sumada a la merma de dinamismo en las paradas tiene por consecuencia la pérdida de un tiempo que podría dilatar la marca de Juan Antonio.
Pero la llanura lusa está permitiendo a Conesa imprimir un magnífico ritmo. Está fuerte físicamente, mentalmente más. Y lleva más de una semana sin parar de pedalear. Está motivado y quiere llegar para la noche del miércoles. No va a ser fácil, pero hasta ahora todos los logros cosechados en el giro tampoco lo han sido. Todos confían en él. Y él parece tener guardado un as en el maillot.
La carretera nacional del país extraño es muy mala y dejémoslo ahí. Totalmente parcheada. De hecho el único pinchazo hasta el momento ha sido en kilómetro portugués. El paisaje es monótonamente diferente, húmedo gris y pobre y a lo largo de la vía se extienden árboles comunes que conforman un bosque descapotado salpicado de casas. El ciclista ni mira. Piensa en todo y como él dice, resetea una y otra vez.
Como decíamos ayer, de nada vale hacer cábalas, puesto que las circunstancias son más que cambiantes, no obstante Conesa se preocupa de cumplir plazos. La suya ha sido una apuesta arriesgada y él mismo asume la responsabilidad de llevarse contra las cuerdas. No lo piensa y baja el piñonaje de su bicicleta. Su apuesta es clara, llegar el próximo miércoles, sí o sí. Complicado pero este ciclista acapara las confianzas de todos.
Tras otro mordisco de setenta kilómetros al mapa del país vecino, nos aproximamos al nuestro. Quedan más de cien cuando son las diez de la noche. Le pregunto a un miembro del equipo si Juan Antonio nos hará dormir en España. Está convencido de que sí. Lo escrito: la confianza en el peluquero es total.
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